Continúo con la segunda parte del Hotel Washington Irving. (No olvidéis leer la primera parte)
Habitación 507
El inquilino de la habitación 507 era un joven jeque árabe, Khalid,
que vino a la ciudad con su familia a pasar unos días de relax junto al palacio
nazarí.
Junto a Khalid se hospedaban su hermana, Aisha, y su madre
Nabila. Era una familia acomodada, pues gracias a la herencia de su padre que
murió en el desierto, Khalid se había convertido en Jeque. Él era el
responsable de la mano de su hermana.
La historia de
Aisha.
Aisha era una joven árabe de 17 años, con la boda ya
concertada con una familia adinerada de Yemen, como en todas las bodas de su
país, ella ni siquiera había visto a su prometido, pero como toda mujer
musulmana debía complacer la voluntad y decisión de su padre, ésta vez
sustituido por su hermano Khalid, algo más permisivo que Mohammed, el padre.
Aisha deslumbraba con su belleza; tez morena, ojos marrón
miel con mirada profunda, grandes, labios rojos y carnosos, pelo ondulado… negro
azabache y una sonrisa perfecta que marcaba dos hoyuelos en sus carrillos.
A su padre y a su hermano no les costó mucho encontrar
alguna familia que quisiera casar alguno de sus hijos con Aisha. Tenían varios
pretendientes, pero en éste caso… ganaba quien tuviera más bienes.
La boda sería seis días después de su regreso de Granada.
Khalid quería premiar a su hermana con una estancia de dos meses, y algo más de
libertad que la permitida en Arabia Saudí.
Una vez instalados en la habitación 507 la familia dio un
paseo por el palacio de Carlos V, pasando por la casa de los abencerrajes y
adentrándose cada vez más en el palacio nazarí.
Para Aisha era un reencuentro muy especial, tenía la
sensación de haber estado allí antes, mucho antes y en otras condiciones que
nada tienen que ver con las de ahora. La imaginación de Aisha la llevaba a
muchos años atrás, cuando ella era la princesa del reino, la que paseaba por
los jardines del generalife disfrutando de cada flor y cada olor, que aun permanecía
en su recuerdo.
Desde entonces, Aisha subía cada noche al palacio a
deleitarse con sus recuerdos y olores, y trasladarse con su imaginación a
aquella historia de su antepasado.
Una de esas noches, sumida en sus recuerdos, volvió a mirar
alrededor y vio que no estaba sola, un joven sentado al lado, a una distancia
prudencial, se encontraba disfrutando del paisaje. En otras circunstancias
nunca se habría atrevido a hacerlo, pero ahora… nadie podía controlarla y
tampoco hacía nada malo. Se dirigió a él con un “yo antes era la princesa de todo esto”.
El joven, atraído por esos ojos que brillaban de felicidad,
se acercó un poco más y con un tono de voz titubeante le pregunto: ¿y por qué
dejaste de ser princesa?
-
Me
desterraron a una torre, con el paso de los años me convertí en pájaro y salí
huyendo de aquí.
El joven sabía que Aisha se inventaba la historia para
evadirse de la realidad, pero por alguna extraña razón, atraído por su belleza
y la serenidad que le transmitía su voz, quería seguir escuchándola.
-
Era hija
de un musulmán adinerado, llegamos a Granada huyendo de la pobreza de Arabia.
Para él era su preciado tesoro, no quería que nadie me quitara de sus brazos,
motivo por el cual me tenía siempre distraída y entretenida…
Miguel, el joven jardinero que atendía la historia, tuvo que
marcharse; mientras ella, se quedaba ahí, sola… relatando su historia, dejando
su imaginación fluir para evadirse del mundo.
Al día siguiente, Aisha volvió al palacio, entretenida
oliendo las flores apareció Miguel, el joven jardinero encargado de cuidarlas.
Sabía que era un chico especial, pues sólo había que mirar con detenimiento el
cuidado que emplea para sus plantas.
Curiosa, Aisha le preguntó que como lo hacía. El, sin
dudarlo dos veces, le explico cada detalle de la poda, riego y mantenimiento de
todas y cada una de las distintas especies que rodeaban el palacio. Lo hacía
con devoción y pasión, la misma que el sentía, transmitiéndolo tal cual…
consiguiendo unir sus sentimientos a los de Aisha.
Desde entonces, cada día se encontraban a la misma hora y en
el mismo sitio. Intercambiaban miles de historias, algunas ciertas otras
inventadas. Consiguiendo así, con cada palabra, llenar de vida el corazón de
Aisha.
Los días pasaban y ellos seguían viéndose como siempre,
transcurridas dos semanas de encuentros nocturnos, Miguel volvió a casa
pensando en esa chica misteriosa, que apenas en una noche logró lo que ninguna
otra en 3 años. Tras un momento de divagación volvió a la rutina de casa:
cenar, leer y dormir.
No muy lejos de él, nos encontramos a Aisha en la habitación
del hotel, con su hermano y su madre. Mencionó las maravillas ocultas a simple
vista en el palacio, las historias que Miguel le contaba sobre vivencias
ocurridas en los aledaños del generalife y se fue a dormir.
Pasó el día y llego de nuevo la noche y con ella, la rutina
de perderse en los jardines, con una diferencia, esperaba volver a ver a
Miguel.
Aisha recorrió todos los rincones, mirando a todos lados,
pero no había ni rastro del joven jardinero por ningún sitio. Volvió a casa con
una extraña sensación, y ésta vez se ahorró las charlas con su familia y se
acostó.
Tumbada en la cama, se quedó absorta mirando a la nada, los
ojos le brillaban más que nunca, y se perdió dentro de ella misma… De nuevo era
la princesa del palacio, o así lo sentía, pero ésta vez no estaba sola… tenía
un bello acompañante que le hacía reír, su rostro era igual que el de Miguel,
se sentía amada, respetada y feliz.
De repente sintió una punzada en el pecho, fue su corazón,
la advertía que volviera a la realidad, a Arabia Saudí con su marido yemenita.
Las lágrimas brotaban de sus ojos sin esfuerzo alguno, recorrían su piel morena
y morían en sus labios, labios que morían por un beso suyo, aun sabiendo que
era prohibido.
Aisha caía lentamente en los brazos de Morfeo.
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